2009-08-02

III CAPITULO, Verónica Gusano.




Marta bajó despacio las escaleras. Traía una bandeja con la cena de la noche anterior y unas flores ya marchitas de la habitación de doña Agripina. Bajó despacio procurando no caerse de los veintisiete escalones que había en la casa de dos pisos, cuatro baños, cinco alcobas, dos salas, un comedor y un jardín inmenso con dos árboles de mango y una palmera que nunca le crecieron cocos. Caminó hasta la cocina y dejó la bandeja y los platos en el fregadero. Empezó a lavar los platos que trajo de la habitación y algunos otros que ya estaban en remojo. Se quitó el delantal, se secó las manos y los rastros de jabón que aun estaban en sus uñas y se dispuso a preparar el almuerzo tal como se lo había pedido Agripina. Puso la olla de las sopas y tiró algunas papas, yucas, ñames, unas cuantas verduras y una gallina criolla que trajo consigo de su pueblo en agradecimiento del buen trato que había recibido en casa de sus patrones. Prendió la televisión mientras hervía la olla con las sopas. Mientras veía televisión picó unos tomates y dos cebollas. Pasó repetidamente de canal sin encontrar nada de su gusto así que lo dejó en las novelas que veía todos los días a las once antes de preparar el almuerzo. Era una novela básica, de las comunes; Mujer pobre se enamora de hombre rico, hombre rico se enamora de mujer pobre, se casan y viven felices.
El almuerzo estaba casi listo, así que subió a la habitación de doña Agripina para decirle que bajara a almorzar o si quería que le llevara el almuerzo hasta su cuarto. Marta abrió la puerta y encontró a doña Agripina tirada en el piso abrazando una foto. En la ventana, la cortina estaba a medio cerrar y al lado en una pequeña mesita descansaba un florero con una cayena y agua sucia. El radio del lado del espejo tocaba una canción caribe por a.m. El clima era denso, el aire pesaba más que de costumbre. Era la ocasión perfecta para morir. Marta asustada y preocupada corrió al lado del cadáver de Agripina. La sacudió fuerte sin soltar su cabeza. Le abrió los brazos, pellizcó sus costillas pero era inútil. Su viejo cuerpo yacía cansado y tieso en el borde de la cama. De su nariz brotaban unas gotas de sangre y sus pies estaban sin chancletas envueltos en gasas. Marta recogió lentamente la foto del pecho de Agripina, la vio por cinco segundos y de inmediato supo que debía hacer. Bajó las escaleras envuelta en llanto, como pudo apagó la estufa y el televisor. Alcanzó a ver que la hermana del protagonista iba a ser la esposa del hermano del chofer, no le dio mayor importancia y se apresuró al teléfono. Marcó los dos primeros números 3, 6, se detuvo. Tomó aire, miró al techo y marcó dos números más; 5, 7, volvió a detenerse. Bajó la bocina y lloró sin descanso. Las lágrimas caían por su bata y se detenían en el puntito de la tecla 5. Tiró el teléfono contra la pared y corrió hasta la puerta. Contó hasta diez y regresó a la cocina. Recogió el teléfono e intentó marcar nuevamente: 3657 y se detuvo esta vez para abrir la puerta. Alguien llamaba. El timbre sonó sólo dos veces. Marta sabía quien era y eso la llenó de alivio. Fue hasta la puerta y abrió en dos segundos tomando las llaves por la mano izquierda y empujando el cerrojo con la derecha. Verónica ni siquiera saludó, entró corriendo al baño gritando.

— ¡Ay Marta! Casi se me revienta la vejiga. Ese bus dio muchas vueltas. Ni te digo. Casi no llego. ¿Cómo está mi mamá? Vieras que me pasó la cosa más extraña ahora que venía en el bus. Un muchacho me miraba todo el viaje. La verdad, la verdad no es que fuese simpático. Pa que… el man es maluquito. Pero era como tierno y se bajó conmigo. Al comienzo creía que me iba a atracar o algo, pero nada. Al llegar a la esquina donde el señor Tomás dobló bajando el parque y se perdió. No sé quién era, por acá no vive. Pero el tipo tenía algo raro. Creo que es militar. ¿Marta? ¿Me estás escuchando? Bueno, en fin. Marta tengo hambre, prepárame ahí algo light. Sabes que ando en esto de la dieta.

Marta seguía estática en la puerta aún con las llaves en la mano. Había dejado de llorar pero no podía moverse, sólo asentía con la cabeza a todo lo que Verónica decía aunque ella no la viera. Lentamente llegó hasta la cocina y sirvió dos vasos de agua. Puso uno enfrente de ella y el otro lo tomó con su mano derecha. Dejó las llaves a un lado y esperó que Verónica saliera del baño.

— Tome este vaso de agua primero —dijo Marta con una voz infantil ahogada en llanto reprimido— se nota cansada.
— Ay si Martita, gracias. Que ganas de orinar traía en ese bus, y ese coso que va todo lleno y uno ahí apretando vejiga. No, no, no. ¡Qué cosa tan maluca! ¿Y por acá cómo anda todo? ¿Dónde anda mi mamá que no la escucho? Milagro que no está acá regañándome por llegar tarde
— Su mamá está en el cuarto, niña. No se había sentido bien desde ayer y está descansando
— ¿Ajá y tú por qué tienes esa cara? Pareces un espanto. Voy a ver a mi mamá. ¿Ya están las sopas? Tengo un hambre… ¡que te comería a ti! Abre el ojo, tienes como carnecita todavía.
— Vero, su mamá está muy mal allá arriba.
— ¿Pero qué tan mal? Ándale no me asustes. ¿Qué tiene?
— Su mamá está muy mal allá arriba
— ¿Pero mal cómo? Aja marta, ¿mal cómo? ¿Qué tiene?
— Su mamá está muy mal allá arriba — repitió Marta y esta vez no pudo contener más las lágrimas y agachó la cabeza llenando de lágrimas el platón del lavaplatos. Verónica comprendió el llanto de Marta y se sirvió más agua. Caminó entre la cocina y salió a la sala. Se sentó en el mueble y marcó el número que Marta había intentado marcar minutos antes; 3657. Miró el techo y colgó el teléfono. Se asomó una lágrima por su rostro mientras seguía viendo a Marta desahuciada tendida en el platón del lavaplatos. Volvió a marcar; 36578 XX. Del otro lado una voz femenina le contestaba “hola” Marta habló despacio pero con seguridad. En media hora la casa estaba llena de familiares esperando la carroza fúnebre que llevaría el cuerpo de Agripina a la funeraria.

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