2009-03-29

cuando muera por favor traerme lápiz y papel




De niño siempre creí que las mariposas eran las asesinas de la naturaleza. En serio, sonará tonto, pero lo creía así. Recuerdo que una vez estando en la casa de mis abuelos empezó a llover. Yo estaba sentado en un taburete comiendo caña mientras esperaba el almuerzo. El olor a lluvia siempre me ha dado buen apetito. Y el olor de la cocina de mi abuela me producía gastritis cada media hora. Era un deleite, un placer que hace rato no lo experimento. Las mariposas volaban sobre mi cabeza en vivaces colores y me alegraban mi manjar de caña dulce. Luego no recuerdo más, sólo una escena con un tinto y mi abuelo sobándome la cabeza. Fue mi primer encuentro con la muerte. Lo resumo, mariposas volando, un tinto negro y mi abuelo sobándome la cabeza. Moriría de cáncer dos meses después pidiendo a gritos su taza de tinto negro.

Ver la muerte a los ojos me asusta demasiado, me resulta tonto verme a mí mismo sonriendo mientras todos a mi alrededor – y espero así ocurra – lamenten la pérdida. Y digo sonriendo porque soy de los que cree que muerto todo es felicidad, y no lo digo como un posible suicida, lo digo como alguien que pasó su fin de semana de pie en una pared de hospital tomando agua en bolsita, dando pésames y evitando llorar, porque como buen terco que soy nunca lo hago. De allá vendrán mis gastritis, cuando lloro de adentro… para adentro. Y siento las mariposas volando sobre mi cabeza y de nuevo aparece la gastritis y de nuevo a eso de las 2 de la mañana viendo los carros pasar, la gente llorando, lo injusto de la justicia de la vida… me da hambre y me acuerdo de la caña y de mi abuelo. Sólo me acuerdo de la taza de tinto negro, de su rostro no queda un solo rastro, sólo el olor de la caña.