2009-05-09

Hoy llueve



A el tipo del bus

—Va a caer un aguacero, mira el tiempo son las dos y parece de noche. Y ¿ahora como hacemos? no nos va a dar tiempo, la vuelta es a las tres.
—Que va a llover, cálmate, siempre es lo mismo y al final no llueve, más bien apúrate, y cámbiate que se nos hace tarde y esa vaina queda donde caga la mula.

El agua comenzó a caer lentamente sobre la cuidad, se precipitaba de una manera tenue, casi sórdida pero suficiente para calmar el calor y la humedad sofocante del verano. Un carro con reggaeton a todo volumen amenizaba la espera de uno, pero a la de Raúl se la hacía más insoportable, no soportaba esos ritmos, era de Valledupar y había llegado a Barranquilla por invitación de Henry por un negocio tentador en vísperas de final de copa y tenia algunas deudas pendientes así que aceptó.

—Que vaina tan cara, me acuerdo cundo costaba $700.
—Móntate rápido, más era la bulla ni llovió.
— ¿Cómo a que hora llegamos?
—El partido es a las 4, tenemos tiempo
— ¿A como las vamos a vender?
—Ofrece $20000, y ahí regateas, no bajes de $12000
—Bien, no te preocupes

El paseo pasaba de una vista agradable a una desagradable cada vez que el bus avanzaba. Habían recorrido de polo a polo, del norte hasta donde acaba la ciudad y empieza Soledad. De unas casas grandes y enrejadas con jardines verdes puros y la mayoría con un guardia personal y puertas inmensas con garajes de capacidad hasta para cinco carros a un cambio bastante notable de la apariencia exterior citadina barranquillera. Había todo un desfile de carrocerías. Autos de 300 millones hasta de 2 millones.
—Un carro hasta pa´l perro, y nosotros en bus! — Había dicho Raúl.
A medida que el bus iba pasando de barrio en barrio y de estrato en estrato el paisaje captó otra mirada. Las casas se hacían chicas, los autos disminuían en las puertas y los indigentes aumentaban. Las apariencias de las fachadas de los hogares decaían.
La mirada del cesarense se desvío hacia un nuevo invitado en la fiesta de los polos. Era un vendedor, que con astucia ablandaba los corazones de los pasajeros con palabras religiosas y pedía compasión para su desdicha.
Tenía una hija según él al borde de la muerte y necesitaba recursos para salvarla. Era un hombre alto de contextura delgada y bastante quemado por el sol, llevaba un bolso con unos lapiceros y una bolsa con unas tarjetitas que regalaba a quien le compraba o ayudaba.

—Por solo mil pesitos se llevan un lapicero, un lápiz, un borrador y un sacapuntas, y a parte ayudan a un amigo.

Un acento del exterior pero confundido con el costeño aprendido por la visita a tierra ajena caracterizaba al vendedor. En su brazo izquierdo un tatuaje hecho en forma casera con un verde pálido y poca estética demostraba su estadía en la cárcel. El dibujo era una especie de pájaro con una rama de olivo en su pico y un escudo del Junior con solo dos estrellas, lo que daba una idea de cuando había sido tatuado.
Henry desvió la vista de Raúl quien ya empezaba a conmoverse por el vendedor y su imagen lastimera.

—No le pare bolas que eso es pura mentira, ese man es amigo mío, y él fue el que nos consiguió las boletas, a él le debemos dar parte de lo que hagamos.

Un saludo de gestos visuales entre Henry y el vendedor comprobaba lo antes dicho a Raúl. El vendedor se bajó en una esquina donde había una discoteca con música selecta de salsa de la vieja. Una canción de Héctor Lavoe alegraba el ambiente y uno que otro borracho bailaba solo y otros enamoraban a las mujeres. El vendedor entró al sitio y allí se quedó.
El paseo continuaba y ahora Henry se reía sólo por el espectáculo que se veía por la ventana.

—¡Yo soy!, ¡Yo fui!, maldita vida, ¿Qué mira vieja?, ¡corra!, Ja, ja , ja ¡viva el comunismo!, ¡viva la revolución!, ¡el che vive!.

Era un hombre de edad avanzada, sin camisa y sucio por el trajín del callejero, tenía una pantaloneta rasgada, de color indescifrable, piel trigueña y uñas largas, una barba prominente y ojos grandes. Alzaba los brazos cada vez que gritaba revolución y saltaba con ademanes de júbilo. No podía evitar soltar palabras soeces. Era todo un espectáculo verlo en el andén.

—Ese man siempre con la misma, debieran de encerrarlo. Ahora se pone a cantar vallenatos y bailar ballet.


*

Llegando al sitio y con aires de guía turístico Henry le hizo una pequeña reseña de donde estaban.
—Listo hermano bájese, le presento el monumental Estadio Metropolitano de la ciudad de Barranquilla.

Casi con orgullo Henry le mostraba a su primo el local. Era un descomunal edificio capaz de albergar toda la pasión por el balón de un país. Le cercaban pequeños parquecitos a su alrededor y múltiples ventas callejeras de comida y cerveza. La algarabía y el folclor se mezclaban en una sola masa de colores amarillos y distintivas camisetas de equipos colombianos. Eran de las pocas veces en que no perturbaban a los cachacos por llevar camisetas del nacional, del DIM, o del Santa Fe. Había una que otra camisa del Perú, el equipo contrario.
Justo cuando ambos se disponían a hacer la primera venta llegó el que antes había causado lástima en el vallenato.

—Hable pues chino, quien es este papito. Tiene aire suyo pero es más calmao que usté. Cual es la seriedad, no parece de Valledupar. Haber tírese un vallenatico.
—Calmao compadre, deje la agarradera y esas mañas.
—Cojela suave Raúl, ¿cual es la maricada?, deja al tipo ser feliz.
—Y este no y que se le estaba muriendo la hija, y ahora ¡coqueteándome!
—Tú si eres mucho marica e idiota, que va a tené hija esa zorra vieja, ese lo que es, es loca vieja y hace rato no tiene marido.

Unos ojos de deseo apuñalaban a Raúl y le hacían sentir asco por todo su cuerpo, se le metían por su cerebro e imaginaba besos grotescos en su cuello. Imaginaba lo que los ojos veían. Vio como se desviaban por todo su cuerpo y lo apretaban hasta asfixiarlo. El calor sofocante lo mareaba y aun los ojos lo seguían por todos lados. Muy adentro de sí hasta le gustaba tanta atención y la espinita de la curiosidad lo dejó marcado.

Un hombre con camisa de Colombia y el número diez en la espalda acompañado de un niño con peluca del pibe se le acercó a Henry y le pidió dos boletas para Sur. Henry logró vendérselas con el regateo pertinente.

—18. Déle, ya no se consigue más. No se la puedo dar más barata. Entonces…
— Le doy 30 por las dos. Ya está enhuesado, y le queda una hora para vender todo eso.
—Bueno pa’ ve déme los 30. Se le agradece, al menos grite como loco que este año ganamos.
—Pa’ jódete cachón… dijo el imitador del pibe entre dientes.


*

Ulises era el hombre del bus y aún seguía viendo a Raúl con ojos de deseo. Su mirada se enfrascaba en desviaciones de lujuria y en una obsesión difícil de opacar. Salió a comprar unas empanadas y corrió a darle una a Raúl quien terminaba de hacer una venta.
—Toma para que descanses el apetito.

A Raúl se le fue desapareciendo el asco de las puntas de sus dedos y casi sintió curiosidad, pero antes de que ocurriera salió su hombre recto de su esqueleto y reaccionó de la manera que Ulises esperaba. Le recibió la empanada y la comió poco a poco, luego botó la servilleta y le dio las gracias.

En menos de una hora solo quedaban cuatro boletas y estaban en manos de Henry. Decidieron entrar con las boletas que faltaban y luego regalaron las restantes a unos niños que jugaban con un balón de plástico e imitaban las jugadas de los jugadores colombianos.
Ya instalados en su zona empezó la compra de cerveza. Cuando ya llevaban cada uno tres cervezas salió al campo el seleccionado e inmediatamente posterior el equipo visitante.
El partido empezó con una primera jugada de amenaza de gol hacia Colombia que dos minutos más tarde ya no fue amenaza y se convirtió en uno de los mejores goles hechos en todo el campeonato.
Colombia iba abajo 1 – 0 en solo seis minutos de juego y aunque empezó a ver un poco de de decepción hacia el equipo se seguía aplaudiendo y gritando.
Ulises, Henry y Raúl disfrutaban de cada sorbo de cerveza y por momentos lanzaban uno que otro grito. Ulises seguía viendo a Raúl. Sentían un silencio profundo y vacío, no escuchaban nada solo se veían, Raúl con asco tratando de apartar la vista y Ulises con capricho. Dejaron de mirarse al momento del gol de tiro libre. El partido ahora estaba empatado y la algarabía seguía creciendo en el estadio.

El primer tiempo terminó 1 – 1.



*

Mientras estaban a la espera del segundo tiempo fueron al baño y ahí Ulises no pudo evitar coquetear al vallenato, lo hizo con sutileza, humildad hasta patética era la escena y casi culmina en clímax para ambos. Raúl estaba accediendo quizás por curiosidad o por que en verdad hacia rato que había desertado y ahora quería probar. Al momento justo de haber juntado sus miradas y de disponerse a colocar sus labios uno encima del otro una lata de cerveza golpeó fuertemente a Raúl seguido de múltiples insultos de parte de algunos homo fóbicos, que intentaron bajarle los pantalones y jugar a ser machos. Ulises fue tirado en el río de orines y papel sanitario que Raúl pisaba y en el que intentaba no nadar.
—Vamos luego a mi apartamento, solo huele a orín de gato. — Dijo Ulises.
—Solo si gana Colombia— Respondió Raúl.

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